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 PICNIC AT HANGING ROCK / Australia / 1975 
Director: Peter Weir
Productores: Hal McEnroy, Jim McEnroy
Guión: Cliff Green, basado en la novela de Joan Lindsey
Fotografía: Russell Boyd
Música: Bruce Smeaton
Montaje: Max Lemon
Intérpretes: Rachel Roberts (Srta. Appleyard), Margaret Nelson (Sara), Vivean Gray (Srta. McGraw), Jackie Weaver (Minnie), Tony Lewellyn-Jones (Tom), Helen Morse (Srta. De Portiers), Kirsty Child (Srta. Lumley), Dominic Guard (Michael Fitzhubert), Albert Crundall (John Jarratt), Anne Lambert (Miranda), Jane Vallis (Marion), Christine Schuler (Edith), Karen Robson (Irma)



Cambio de tercio radical en Sesión Golfa. Existen una serie de películas a lo largo de la historia del séptimo arte que, aunque no se pueden etiquetar tajantemente como de género, sí que mantenen de forma sutil  unas constantes que las acercan al fantástico en su acepción más amplia, muy lejos de los convencionalismos y arquetipos habituales a los que estamos más que acostumbrados. Suelen ser películas inclasificables, únicas, extrañas... verdaderas marcianadas adelantadas a su tiempo que, como mínimo, presentan la capacidad de inquietar y que suelen jugar con la ambigüedad de manera sobresaliente. Pienso en obras como EL AÑO PASADO EN MARIENBAD, de Alain Resnais (toda una experiencia que requiere altas dosis de paciencia), BLOW-UP, de Michelangelo Antonioni, STALKER de Andrei Tarkovski, PERSONA y LA HORA DEL LOBO  de Bergman, ERASERHEAD (o casi cualquier otra) de David Lynch, TOBBY DAMMIT y SATYRICON  de Fellini o incluso la excepcional ARREBATO, de nuestro Ivan Zulueta. Todas ellas podríamos incuirlas en algo parecido a "el otro cine fantástico", etiqueta que me saco de la manga y a la que, indudablemente, también pertenece PICNIC EN HANGING ROCK, de Peter Weir.



Peter Weir llegó a su pico de celebridad con EL CLUB DE LOS POETAS MUERTOS, esa pavisosa y azucarada película estudiantil que hizo derramar millones de lágrimas en todo el mundo. Por esa época ya estaba perfectamente fagocitado por la industria hollywoodiense, en la que obtuvo rotundos éxitos de crítica y taquilla con películas tan correctas como ÚNICO TESTIGO y EL SHOW DE TRUMAN y otras tan potentes como MASTER AND COMMANDER, una de las mejores de aventuras de los últimos años. Sin embargo, hay que bucear hasta los setenta en su Australia natal para encontrar un par de joyas, raras, raras, raras, como son ésta y su siguiente obra, LA ÚLTIMA OLA, también muy recomendable.



Como tantas otras, PICNIC EN HANGING ROCK parte de un trágico suceso en apariencia real, aunque no está del todo claro a día de hoy: la desaparición en 1900 de tres jovencitas de un internado y una profesora el Día de San Valentín durante una merienda campestre a los pies de la extraña formación geológica australiana a la que alude el título, cerca de Melbourne. Una de las colegialas fue encontrada una semana después con vida, aunque no pudo recordar nada de lo ocurrido. De las otras dos alumnas y la profesora nunca más se supo. Como consecuencia de este extraño episodio, el colegio fue clausurado, no sin antes sufrir otras dos desgracias colaterales que es mejor no detallar. Y hasta aquí la historia "real". Lo primero que vemos de la película es la célebre cita de Poe “Todo lo que vemos y lo que parecemos no es más que un sueño dentro de otro sueño”, declaración de intenciones de una película sobre un misterio que, y lo digo ya para evitar frustraciones y vituperios, nunca se desvela. Weir se salta a la torera el cámino más fácil: rodar el "qué ocurrió allí", que en cualquier otra película hubiese sido el clímax central, y prefiere amasar el enigma trufando el metraje de inquietantes detalles y extraños indicios nunca subrayados, y, sobre todo, logra crear una delicada y mágica atmósfera casi subliminal cargadísima de simbología que dispara la imaginación del espectador y le invita a sacar sus propias conclusiones e interpretaciones.



Sentarse a ver PICNIC EN HANGING ROCK es una experiencia extraña, un bálsamo de sensibilidad y belleza que en ningún momento va en contra de la tremenda inquietud que provocan sus imágenes. Como las buenas pelis, además, hay muchos niveles de interpretación y de ideas contrapuestas que nunca se hacen evidentes, pero que están ahí. La dicotomía entre los colonizadores ingleses, su "civilización" y su incapacidad de explicar la fuerza ancestral del entorno australiano, de connotaciones místicas y chamánicas (atención a la estupenda música de Bruce Smeaton, un persistente drone de sintetizador punteado por una delicada flauta), pero que atrae a las chicas como un imán irresistible (atención a la conversación previa sobre el tema en el carruaje). La intensa carga de sexualidad nunca explícita, de deseo no consumado, prohibido, que marca la relación entre muchos de los personajes y que tiene como eje central la desaparecida figura de Miranda. Las chicas se descalzan y se quitan las medias antes de desaparecer entre unas rocas verticales de formas bastante fálicas. Irma, la superviviente, es encontrada con el vestido puesto pero sin corsé, y ella misma una vez recuperada se presenta ante sus compañeras con un llamativo vestido rojo sangre. Sara venera la foto de su amada Miranda como en un altar, una presencia constante en toda la película, precedente clarísimo de la Laura Palmer de TWIN PEAKS. La propia Sara es sometida a una especie de tortura sadomaso por parte de la ambigua profesora Appleyard, atándola a una escalera del gimnasio para que mantenga la espalda recta. El jovencito aristócrata Michael cae hipnotizado ante la fugaz imagen de las chicas cruzando un arroyo, como tres deseables ángeles surgidos del paraíso, y desarrolla después una obsesión que le lleva a rescatar a Irma de la montaña sin que sepamos los detalles, pero que le hacen caer en un estado de catatonia primero y de melancolía crónica después que le marcará de por vida. Todo esto tan lleno de riqueza y significado plasmado con una belleza que quita el hipo, la mayor parte a pleno luz del día, con imágenes que recuerdan a los maestros impresionistas, a Renoir y sus meriendas campestres, y un perfecto dominio del encuadre, la composición y la luz y unas intepretaciones estupendas todas ellas, resumidas en la bellísima actriz Anne Lambert, que interpreta a Miranda, cuyo rostro fascinado caminando entre las rocas será para siempre el icono de esta magnética película.



Como os podeis imaginar, PICNIC EN HANGING ROCK ha sido pasto de elucubraciones de todo pelaje para gente tipo Iker Jimenez, y no es difícil encontrar todo tipo de estrambóticas teorías en la red sobre los misteriosos sucesos que se suponen ocurrieron. Y digo se suponen porque, a pesar de que la película está basada en una novela homónima publicada en 1967, su autora se fue al otro barrio sin decir hasta que punto los hechos eran reales, pues hay confusión con las fechas y algunos datos, y a día de hoy no hay documentación feaciente que acredite que este dramático suceso ocurriese tal y como se narra. Otro misterio dentro del misterio de esta película tan hermosa.

PD: la edición director’s cut en DVD de 1998 no solo no añadía más metraje, sino que cortaba siete minutos de la película original, en un deseo expreso de Peter Weir de mantener el enigma del film, y que es la versión que os recomiendo. Toma castaña.

- Lo mejor: debería aparecer en los diccionarios al lado de la palabra "misterio"
- Lo peor: su segunda mitad, que narra los hechos posteriores a las desapariciones, no es tan potente como la primera

CABEZAS





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