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THE OXFORD MURDERS / España-Reino Unido-Francia / 2007
Dirección: Álex de la Iglesia
Guión: Álex de la Iglesia y Jorge Guerricaechevarría; basado en la novela de Guillermo Martínez
Producción: Gerardo Herrero, Mariela Besuievsky, Álvaro Augustin, Kevin Loader, Frank Ribiere y Verane Frediani
Música: Roque Baños
Fotografía: Kiko de la Rica
Montaje: Alejandro Lázaro
Diseño de producción: Cristina Casali
Vestuario: Francisco Delgado
Interpretación: Elijah Wood (Martin), John Hurt (Arthur Seldom), Leonor Watling (Lorna), Julie Cox (Beth), Anna Massey (Sra. Eagleton), Alex Cox (Kalman), Dominique Pinon (Frank), Jim Carter (inspector Petersen)



Elijah Hernández y Hurt Fernández, pasmados


[Ataque de nostalgia]
Ayer nada más volver del cine desempolvé un viejo ejemplar de la Fantastic Magazine (allá por 1993, mejor no hacer cuentas, la virgen!), la que fue la Biblia Española del Cine Fantástico para toda una generación de cinéfagos sin escrúpulos. Por allí, un jovenzuelo vasco de origen desconocido llamado Alex de la Iglesia se hace una auto-entrevista ligeramente etílica con la excusa de promocionar un descabellado proyecto, su ópera prima: ACCIÓN MUTANTE. Ahora observo esos fragmentos de storyboard, los diseños de la nave de carga y un par de fotos del susodicho empuñando una descomunal recortada junto a Almodovar (su productor). Recuerdo vivamente la emoción cuando empecé a recavar datos: ciencia ficción cañí, un futuro cercano y distópico, terroristas mutantes, Antonio Resines de cyborg-terminator, una novia con los labios grapados, escopetones imposibles, tiroteos salvajes al son de Karina, una nave espacial llamada Virgen del Carmen, un monstruo bajo una trampilla... arghs! - "Aleluya"- pensaba yo en aquellos entonces - "Por fin" - clamaba para mis adentros - "Esto es EXACTAMENTE lo que quiero ver en una pantalla de cine". Y así fue. En hora y media, el buque insignia de la que luego acuñaron los de las etiquetas como "nueva generación vasca" (junto con Enrique Urbizu, Julio Médem y Juanma Bajo-Ulloa) había abierto brecha en el cine español, y los espectadores jóvenes nos reconciliamos, al menos en parte, con muestros propios cineastas. Y después fue mucho mejor...
[Fin del ataque de nostalgia]




Colorines en portada para niños traviesos

15 años, 3 cortometrajes, 1 telefilm y 9 películas después, dios mío, me reencuentro con algo de Alex en pantalla grande: LOS CRÍMENES DE OXFORD. Le llamo Alex así, a secas, porque tengo un dibujo original suyo en un cacho de papel, y cualquiera que me obsequie con un dibujo ya cuenta con mi eterno tuteo. A lo que vamos: ni es su "primera película rodada en inglés" ni su "primera obra internacional" ni su "primera adaptación de material ajeno" como han dicho muchos (¿en qué coño piensan los críticos? ¿y qué diablos es PERDITA DURANGO entonces?), sino la constatación de que el enorme Alex de la Iglesia (sin segunda intención) ha llegado a su madurez como cineasta con una película que no es, ni muchísimo menos, su mejor obra. Ya la han puesto a parir con el argumento de que resulta muy "impersonal". Vale, estamos de acuerdo, es impersonal, pero yo estoy seguro que Alex ha hecho lo que ha querido con su criatura: para mí, un intento más que respetable de huir de sí mismo.


Elijah, atrapado en Mordor

El problema no es la personalidad o la falta de, el asunto, como siempre, es si estamos hablando de una buena peli, y LOS CRÍMENES DE OXFORD lo es. El cabrón del gordo se ha currado una película-juego de lo más entretenida, un divertimento genérico que agarra por un brazo cualquier cosa que lleve la firma del maestro Hitchcock (¡esos planos de ventanas, esa música!) por el otro los absorventes whodonit (¿quién lo hizo?) del estilo de Agatha Christie, con cientos de personajes, todos sospechosos, y finalmente fagocita y vapulea con saña comparativa la fiebre de thrillers conspiranoicos y neogóticos de biblioteca a la estela de ese megabodrio cinematográfico llamado EL CÓDIGO DA VINCI (la novela era algo mejor: sólo un bodrio). Con todo esto el bueno de Alex con su cómplice habitual a las teclas, Jorge Guerricaechevarria, construyen una película que sigue paso por paso el "Manual del buen thriller inglés" con un ligero (muy ligero) toque siniestro marca de la casa. Una película de género, pura en más de un sentido y autoconsciente de su condición de encargo y que tiene exactamente las mismas virtudes (y las mismas cagadas, ahí está el problema) de otras ejemplares muestras de su clase. Alex se pone el bombín.


Elijah, Alex y John, jugando al Cluedo


LOS CRÍMENES DE OXFORD resulta de lo más entretenida, siempre que uno tolere las películas discursivas, y aquí hay discursos para dar y tomar: todos los personajes hablan por los codos, y la acción verdadera avanza por sus continuos razonamientos, no por sus movimientos. Las secuencias (supuestamente) de acción sólo entorpecen la evolución de la trama, y esto amigos, esto, es la primera cagada grave de la película. La acción de este thriller es aburrida, algo inaudito en la carrera del director. La secuencia de la persecución del tejado es realmente cutre y sosa. El supuesto clímax con el autobús es de lo más anodino, y la resolución final de la historia, visualmente nula. No se pueden sentar a dos personajes en un banco y hacer que expliquen la película, simplemente ESO NO SE HACE, es anti-cine, y más con un tipo con un podería visual demostrado como la del sr. Alex de la Iglesia. Por otro lado, el casting: obviamente, contar con la presencia, la voz y las señoriales arrugas del gran John Hurt es una apuesta segura, pero Elijah Wood... Elijah tiene un problema de difícil solución: su propio cuerpo. Como le lleva ocurriendo a Leonardo Di Caprio desde hace lustros, todas sus parejas cinematográficas parecen sus madres, y su físico adolescente es un handicap jodido si metes al personaje en ciertos berenjanales, y si no que me expliquen, en GANGS OF NEW YORK, cómo puede el tierno Leo hacerle frente a una bestia parda como Daniel Day-Lewis y salir ileso del envite. Inverosímil. Así, al pequeño Elijah le colocan delante a un pedazo de tía como Leonor Watling y claro, se lo come vivo. Por algo el sr. Wood será recordado para siempre como un hobbit. Leonor anima la función con su habitual y generosa dosis carnal (¡ese delantal con trasero al aire, ole!), contrapunto necesario al tono cerebral de la película, pero nada más. Su personaje es inane, tontorrón y demasiado prescindible, y las secuencias de sexo (aquí Elijah no aguantaría ni el primer round, amigos) parecen metidas con calzador, aunque se agradecen, oiga. Curiosamente en LOS CRÍMENES DE OXFORD la brillantez no está en el todo, que resulta de lo más corrrecto, funcional y convencional, sino en los detalles. Todas las micro-historias que enriquecen la trama son fabulosas: desde la del filósofo Ludvig Wittgenstein escribiendo absorto uno de sus tratados sentado en un barrizal frente a una trinchera mientras las balas silban a su alrededor hasta la brutal, fantástica historia de sordidez, locura, gore y autodestrucción del matemático Kalman, interpretado por el cineasta underground multifunción Alex Cox (SYD Y NANCY), que podría haber dado de sí toda una película. Detalles como el apabullante y virtuoso plano-secuencia (aunque tiene truco, chicos) que recorre el recinto universitario, en el que aparecen por separado TODOS los personajes de la película en su trajín diario, y que culmina con una panorámica a la ventana (¡Hitchcock!), previo al descubrimiento del primer asesinato. Brillante el concepto de "crimen imperceptible", y brillante la disquisición continua acerca de la posibilidad de "conocer la realidad" y sus múltiples paradojas, tema recurrente para Alex ultimamente (recordemos: es licenciado en filosofía), que ya estudió con mucha más profundidad en la tremenda y genial TV-movie LA HABITACIÓN DEL HIJO, para la maltratada serie PELÍCULAS PARA NO DORMIR, en esa ocasión metiéndole las zarpas a la Teoría de la Relatividad, la física cuántica y la Teoría del Multi-Universo. Un film y una serie que, queridos lectores, deben recuperar ahora mismo del limbo del olvido.



Alex Cox en la (torturada) piel de Kalman

En resumen, LOS CRÍMENES DE OXFORD será un fiasco enorme para una gran mayoría, los que esperan encontrarse con un film totalmente made in Alex, a saber: humor negro desbocado, mala leche congénita, referencias culturales cañí, ritmo frenético y puntuales explosiones de violencia. Olviden eso. Para disfrutarla de verdad hay que hacer el esfuerzo de dejar la mente libre de prejuicios, y dejarse llevar por esta dignísima, comercial y elegante muestra de thriller inglés, un gigante Cluedo en vivo cuya mayor virtud es precisamente esa, su humildad y falta de pretensiones autorales, y cuya verdadera riqueza está en los pequeños detalles, en lo adornos que vertebran la previsible trama . No será su mejor película, ni siquiera una gran película, ni por supuesto la más personal, pero sir Alex de la Iglesia ya está en disposición de rodar cosas así y no morir en el intento. Como los más grandes.


Para más detalles, visiten ahora mismo su blog de rodaje de la película. Recomendación especial de Sesión Golfa, no se arrepentirán.




Alex de la Iglesia: mente fractal

- Lo mejor: las historias dentro de la historia, los ojillos traviesos de John Hurt

- Lo peor: le falta un poco de empuje y brío, y un mucho de riesgo


CABEZAS



I AM LEGEND / EE.UU. / 2007
Dirección: Francis Lawrence
Guión: Mark Protosevich y Akiva Goldsman; basado en la novela de Richard Matheson
Producción: Akiva Goldsman, James Lassiter, Erwin Stoff, David Heyman
Música: James Newton Howard
Fotografía: Andrew Lesnie
Montaje: Wayne Wahrman
Diseño de producción: Naomi Shohan
Vestuario: Michael Kaplsn
Interpretación: Will Smith (Robert Neville), Alice Braga (Anna), Dash Mihok (Macho Alpha), Salli Richardson (Zoë)



Paisaje después del Apocalipsis

SOY LEYENDA es uno de esos proyectos que llevan dando tumbos por Hollywood desde finales de los 80. Ya hubo dos versiones anteriores, la plomiza LAST MAN ON EARTH, protagonizada por Vincent Price allá por los 60 en un granuloso blanco y negro, un auténtico tostón, y la mediocre aunque muy kitch, setentera y disfrutable EL ÚLTIMO HOMBRE... VIVO (THE OMEGA MAN), a mayor gloria de un Charlton Heston desaforado marcando pectorales. Gente como Ridley Scott, James Cameron o Paul Verhoeven estuvieron a punto de hincarle el diente al asunto, todos con Arnold "Gobernator" Swarzennegger como prota (¿quién mejor para remakear a Charlton Heston?), allá cuando estaba en el cénit de su carrera actoral, que alguna vez lo estuvo, carajo, antes de dedicarse a anabolizar republicanos californianos. Michael Bay, "el pelma con el baile de San Vito" (ARMAGEDDON, LA ROCA, TRANSFORMERS... un horror) también jugó con la idea y propuso por vez primera a Will Smith como prota. Incluso el mamoncete de David Fincher también manoseó la magnífica novela de Richard Matheson con la idea de llevarla a su sucio, oscuro y lluvioso terreno, pero el esfuerzo fue en balde. Años más tarde, desempolvado y actualizado el guión de Mark Protosevich por el omnipresente y todopoderoso Akiva Goldsman, comienza la búsqueda de un mercenario dispuesto a ponerse detrás de las cámaras. El agraciado: Francis Lawrence, otro videoclipero más en nómina cuyo currículum cinematográfico se limitaba a CONSTANTINE, una rumbosa, divertida y fallera adaptación del cómic de culto HELLBLAZER, cuyo siniestro protagonista adoptaba la jeta del cada vez más inexpresivo y acartonado Keanu Reeves. Reelegido el graciosillo Will Smith como el flamante ¿heroe? de la función, un servidor lo único que podía esperar de esta nueva operación de mercadotecnia era un blockbuster navideño de usar y tirar que iba a destrozar y traicionar punto por punto cada uno de los grandes hallazgos de la desoladora obra de Matheson, reconvertida ahora en un catálogo de muecas y acción descontrolada a mayor gloria del actor más taquillero de los últimos años.


Swarzie quiere ser leyenda: no pudo ser...

Ah! Craso error amigos. Una vez cada 150 años, Hollywood da una agradable sorpresa, y ahora me toca tragarme, al menos en parte, mis bien asentados prejuicios, sobre todo cuando me sorprendo a mí mismo alucinando a mitad de película en la sala oscura, barruntando sesudos análisis estructurales del tipo: "joder, esta película es la puta hostia". Vale, quizás no sea para tanto, y desde luego esa sensación no aguanta hasta el final de la función, pero desde ya digo que SOY LEYENDA tiene, al menos, los 60 minutos más fascinantes y emocionantes que ha dado el cine comercial-palomitero-hollywoodiense de los últimos años, que no es poco. ¿La razón?: SOY LEYENDA es un hibrido extraño, una mutación entre especies antagónicas, la unión anti-natura del más puro y duro cine-espectáculo con las pretensiones reflexivas y emocionales del cine independiente, o algo parecido a lo que David Lynch se inventó (como tantas otras cosas) con la apoteosis de DUNE (también adaptación de otro clásico de la ciencia-ficción, por cierto): una maldita superproducción de arte y ensayo. Ahí queda eso.




SOY LEYENDA atrapa por muy diversos motivos, todos sorprendentes. Para empezar, es una película (supuestamente) de acción que apuesta por el silencio, una apuesta francamente suicida. El silencio es peligroso en un producto de esta naturaleza por una simple razón: cuando el estruendo cesa, las neuronas del espectador se liberan y comienzan a maquinar, lo que generalmente supone la muerte de la propia película. Si el espectador consigue salir de la muerte cerebral inducida por el volumen de las explosiones y el montaje epiléptico, se encuentra con el vacío, en la mayor parte de los casos...



Una terrible reflexión sobre el vacío, sobre el silencio, una tesis sobre el estado de ánimo del día después del apocalipsis, todo eso es lo que pretende ser, en sus dos terceras partes, esta última versión de SOY LEYENDA. Impresiona, impresiona de veras ese Nueva York abandonado, en silencio, devorado por la naturaleza salvaje, librada por esta vez del yugo humano. Impresiona la pequeñez de Robert Neville y Sam, su fiel compañera canina, caminando por sus calles desoladas, tratando de mantener la cordura en un camino sin retorno hacia la desesperación y la locura. Impresionan los recursos de un ser humano para tratar de sentirse acompañado en esa megaurbe fantasma, de fabricar compañía, de lograr un improbable contacto con algún superviviente, de suplicar por una voz o un saludo casual en un video-club abandonado. Impresiona la rutina diaria de este hombre solo, la repetición del día a día, las conversaciones con su perra mientras la baña, la desolación de sus comidas y de sus cenas, y la permanente presencia de una amenaza constante en las sombras. Will Smith, el payasete rapero, rubrica su única interpretación 100% dramática hasta el momento, un trabajo de una clase, humanidad y delicadeza que un servidor ni en broma hubiese esperado de este tipo, que soporta sobre sus hombros todos y cada uno de los planos de la película con una entereza, una dignidad y una sensibilidad dignas de quitarse el sombrero. Y sin chistes. Memorable la primera aparición de los mutantes en una secuencia de tensión cortante y horror sugerido. Emocinante hasta la médula (aviso: ahora viene un spoiler como la copa de un pino) la dramática muerte fuera de plano de la perra Sam en los brazos de su amo, que da paso a la última reflexión inteligente de la película, que golpea como un mazazo sobre el espectador: Robert Neville, ahora SÍ estás completamente solo. Lamentablemente, ahí se acaba la película que estábamos viendo, amigos. Apaga y vámonos.


Inexplicablemente, justo en el clímax dramático, en el intento de suicidio de Neville, con el que termina el segundo acto de lo que era una maravilla audiovisual hasta ese momento, todo se va al garete. La potente masa encefálica del guión se agota y el tandem Goldsman/Protosevich abre la caja de los fuegos artificiales y de las pretensiones patrióticas, religiosas y místico-falleras. La película da un giro absurdo hacia el convencionalismo más plano con la aparición de la chavala y el niño, hay alguna secuencia de verguenza ajena (la de SHREK, concretamente), el departamento de f/x toma las riendas con las hordas de mutantes atacando, una fea sensación de deja-vu barato se apodera de la función, el final es tan precipitado como absurdo y el epílogo resulta vomitivo. Un auténtico despropósito que empaña gravemente lo que podría haber sido, y no exagero, una película de sobresaliente.


Te vi a comé to lo negro...

- Lo mejor: cuando el estruendo da paso al silencio... la desolación en la mirada de Will Smith

- Lo peor: el fallido y verbenero tercio final, y su epílogo, indigno, que traiciona a la propia película y al espíritu de la novela


CABEZAS