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Karba |
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ZOMBIE 2 / Italia / 1979
Director: Lucio Fulci
Guión: Elisa Briganti y Dardano Sacchetti
Producción: Fabrizio de Angelis y Ugo Tucci
Música: Giorgio Tucci y Fabio Frizzi
F/X: Gianetto de Rossi
Intérpretes: Tisa Farrow, Ian McCulloch, Richard Johnson, Al Cliver, Olga Karlatos, Ugo Bologna
Director: Lucio Fulci
Guión: Elisa Briganti y Dardano Sacchetti
Producción: Fabrizio de Angelis y Ugo Tucci
Música: Giorgio Tucci y Fabio Frizzi
F/X: Gianetto de Rossi
Intérpretes: Tisa Farrow, Ian McCulloch, Richard Johnson, Al Cliver, Olga Karlatos, Ugo Bologna
Ya le he nombrado alguna vez, pero ya iba siendo hora de dedicarle algunas palabras a Lucio Fulci, el incombustible director italiano artífice de todo un subgénero dentro del propio subgénero zombie, considerado uno de los más feroces y sangrientos, repudiado por la crítica y buena parte del sector de aficionados "serios" (lo juro, existen). Aún recuerdo el comentario cuando, en la universidad, alguien sacó a relucir su nombre. La respuesta de mi docto profesor, tras el obligado rictus de repugnancia sólo con oir su nombre, fue: "tiene la misma entidad artística que una tabla de charcutero". Oh, craso error de base señor letrado, pues Lucio Fulci pertenece a esa rara casta de cineastas en las que sus defectos (que son muchos) entran en simbiosis con sus virtudes (que las tiene) hasta crear una simbiosis de fotogramas pestilentes que acaban fascinando, incapaz ya uno de discernir los límites entre "lo bueno" y "lo malo". Afortunadamente, en la videoteca de la facultad tenían una copia de NUEVA YORK BAJO EL TERROR DE LOS ZOMBIS.
Los italianos no tienen vergüenza, eso lo sabemos todos, especialmente en los 70. Hábiles como pocos para aprovechar aciertos ajenos (lo suyo es pura explotation), primero llegaron con los caníbales y los "falsos documentales" (¿alguien no ha visto todavía ese popular zurullo fílmico llamado HOLOCAUSTO CANIBAL?), después se dedicaron a sablear posesiones demoníacas y monstruos marinos. Al giallo, obviamente, lo dejo de lado, porque sin ser totalmente original, si que crearon escuela. Finalmente, se centraron en los zombies. En estas que el verdadero Pope Zombie por excelencia, George A. Romero, estrena su estupenda ZOMBI (DAWN OF THE DEAD), en comandita con el genial Dario Argento, y la cosa, coproducción italiana, tiene gran éxito. Fulci, que hasta entonces se dedicaba a imitar al propio Argento rodando giallos de segunda, ve la luz: esto es un filón. Ni corto ni perezoso se saca de la manga en un tiempo record ZOMBI 2 (otro de los títulos por los que podeis encontrar esta película, amigos), supuesta secuela-precuela de la de Romero, y la cosa casi cuela. Sin tener nada que ver en términos de producción con la original, los inversores de Fulci ven que la peli canta y que nadie se lo va a tragar, así que le obligan a rodar prólogo y epílogo en Nueva York, por aquello de hacerla más norteamericana. Porque, a pesar del título que el tarado de turno le puso en español, lo del terror zombi en Nueva York nos lo tenemos que imaginar, ya que un 80% de la película transcurre en una isla del Caribe. Por supuesto, la mayor parte del equipo técnico y artístico (a excepción de Fulci) tienen sus nombres americanizados, y para su distribución en los EEUU la película se tituló ZOMBIE FLESH EATERS (y con este ya tenemos tres). A la postre, el pistoletazo de salida de toda una serie infumable de subproductos lamentables que tomaron a esta película como bandera, infestando los cines de finales de los 70 y comienzos de los 80 de sangrientos delirios gore sin la más mínima calidad ni personalidad y expandiendo el virus del spaghetti-zombie a medio mundo.
Entremos en materia: ¿de qué va esto? Va de un velero sin tripulación que aparece en la bahía de Nueva York. Un par de polis sacados de Starsky & Hutch (la serie) investigan, con tan mala fortuna que a uno de muerde un gordo putrefacto que se escondía en el camarote. Un periodista guapete (para los estándares de los 70, se entiende) investiga a su vez esta muerte, y de pronto aparece la hija del dueño del barco, que parece una novicia virgen, muy preocupada porque no tiene noticias de su padre, científico, desde hace años. No hay problema, periodista y mocita embarcan rumbo a la isla tropical donde se supone trabajaba el doctor, no sin antes enrolarse con una pareja de aventureros en su yate: él no tiene oficio conocido más allá de marcar paquete, ella se dedica a sacar fotos submarinas con un tanguita de hilo y un horrendo gorro de baño, con tan mala suerte que se topa con un tiburón, que, a pesar de los alaridos subacuáticos de ella, parece más interesado en frotarse la panza con los corales que en devorarla. Afortunadamente, un zombie que andaba por allí (por allí me refiero al fondo marino) la salva del aprieto, luchando ferozmente a mordiscos contra el tiburón, lucha desigual porque en varios planos se puede ver que el escualo no tiene dientes. Alarmados por la experiencia, los cuatro llegan a la isla y se empiezan a escuchar tambores. Allí conocen a un antiguo colaborador del doctor, otro científico con un misterioso problema capilar (su barba cambia de densidad dependiendo de la secuencia) que se encuentra muy agobiado: al pobre se le mueren todos los pacientes nativos por una extraña enfermedad, además con la mala costumbre de volver a levantarse de sus mortajas, con lo que se pasa la vida bebiendo whisky y pegando tiros en la cabeza de sus pacientes revividos. A todo esto, el científico tiene una mujer que vive sola y asustada en su pedazo de casa isleña. Ella tiene la sana costumbre de ducharse con todas las ventanas abiertas. Evidentemente, un zombie se la quiere zampar y lo consigue, no sin antes atravesarle el ojo con una astilla de madera. El grupo de Scooby Doo descubre el percal y huye en su 4x4, pero como es de rigor, el coche se estrella en medio de la selva tropical, en realidad el jardín botánico de Roma. El periodista tiene la mala idea de hacerse un esguince en medio de un viejo cementerio colonial, y claro, los cadáveres de los conquistadores con apellidos hispanos se levantan de su tumba (muy despacio) y atacan (muy despacio) a sus víctimas. A la del tanga se la cepillan a la primera de cambio, pero los otros tres huyen hasta refugiarse en la iglesia, donde les espera el doctor con una anti-explicación de los hechos: "He intentado aplicar todas las disciplinas: bacteriología, virología... e incluso radiología. Hemos hecho pruebas de epilepsia y catalepsia... ¡y todo ha sido en vano!" Nada más decir esto muere de una embolia, y los intrépidos llegan a la conclusión de que hay tanto vudú por metro cuadrado en la isla que esto no hay dios que lo pare, más que nada porque los tambores no han dejado de sonar desde que llegaron. Tras atrincherarse en la iglesia ante el acoso zombie, preparan unos cientos de cockteles molotov (aunque siempre tiran el mismo) y logran huir, pero ya sólo quedan dos: el periodista y la novicia. Ponen rumbo a Nueva York con el zombie del marcapaquete encerrado en la bodega del yate como prueba del horror, y en cuanto ponen la radio, sin molestarse en sintonizar, un locutor neoyorquino les informa de que la plaga zombie ya está asolando la ciudad. El último plano de la peli nos muestra a cuatro zombies caminando por el puente de Brooklyn en dirección a la ciudad, aunque a los habitantes no parece importarles mucho a juzgar por el tráfico que se vislumbra bajo el puente.
No es sólo que el delirium tremens argumental sea de órdago, es que además los diálogos basculan entre lo repetitivo y lo idiota, mientras los actores tratan de insuflar intensidad en vano. Ellas, sin excepción, se dedican al destete gratuíto y a quedarse paralizadas y chillar en cuanto perciben peligro. Fulci despliega su legendaria incapacidad para crear cualquier atisbo de suspense o in crescendo narrativo, y su obsesion por la casquería bruta en primer plano queda demostrada. Los recursos visuales setenteros campan a sus anchas durante todo el metraje (esos míticos zooms, esa música...). Sin embargo, y por increíble que parezca, la película tiene magia, ese algo intangible que hace que, a su manera, sea un pequeño clásico del cine de zombies. El italiano es capaz de teñir toda la película de una sordidez notable, un hálito nauseabundo más allá de sus carencias presupuestarias (lo que otros llaman caspa). Aquí los muertos se muestran como auténticos cadáveres en proceso de descomposición, y la parsimonia con la que Fulci planifica muchas escenas ayuda a subrayar esa desagradable sensación, una atmósfera malsana que casi se puede oler, perfectamente orquestada y coherente durante todo el metraje. Ojo, no es fácil hacer un cine "de atmósfera" dentro del terror, aunque esa atmósfera sea más bien pestilente. Además, secuencias como la del tiburón acaban convirtiéndose en algo casi onírico, fascinante por su aire bizarro digno del sueño de un demente. En conclusión, y todavía no sé bien por qué, la peli acaba funcionando a las mil maravillas: uno sabe que está viendo un bodrio, pero secuencia tras secuencia sigue pegado a la pantalla hasta los créditos finales, pues de un modo u otro, la película logra captar la atención. Misterios del Mondo Zombie.
NUEVA YORK BAJO EL TERROR DE LOS ZOMBIES fue la primera incursión en el género de Lucio Fulci, a la que se sumarían dos más, MIEDO EN LA CIUDAD DE LOS MUERTOS VIVIENTES y la deleznable ZOMBIE 3, que ni siquiera terminó de rodar. Desde entonces siempre se mantuvo fiel a las coordenadas del terror salvaje, rodando además la que yo considero su obra maestra, EL MÁS ALLÁ, un incomprensible thriller sobrenatural en el que potencia sus virtudes al máximo hasta llegar casi a la abstracción pura, al puro despliegue estético, en la que no se entiende nada del argumento pero que te mantiene hipnotizado y boquiabierto como una vaca mirando el tráfico. Eso que llaman "estilo personal". Lucio Fulci murió medio arruinado en 1996 víctima de una diabetes mal tratada (algunos hablan de suicidio), y como siempre, fue tras su desaparición cuando algunos pesos pesados del cine mundial empezaron a reivindicarle, en especial el idolatrado Quentin Tarantino, que en 1998 logró reestrenar EL MÁS ALLÁ en los USA con copia restaurada y todos los honores. Incluso el bueno de Robert Rodriguez le hizo un explícito homenaje-plagio a la escena de la "astilla en el ojo" en la maravillosa PLANET TERROR, estacazo que se lleva, por supuesto, el bueno de Tarantino en sus carnes. Lo dicho: a su manera un clásico que se merece su irrupción en la sección De Culto de Sesión Golfa, como una mosca muerta en un pastel de crema.
- Lo mejor: el despliegue en todo su esplendor del "estilo Fulci"
- Lo peor: todo lo demás
CABEZAS
Los italianos no tienen vergüenza, eso lo sabemos todos, especialmente en los 70. Hábiles como pocos para aprovechar aciertos ajenos (lo suyo es pura explotation), primero llegaron con los caníbales y los "falsos documentales" (¿alguien no ha visto todavía ese popular zurullo fílmico llamado HOLOCAUSTO CANIBAL?), después se dedicaron a sablear posesiones demoníacas y monstruos marinos. Al giallo, obviamente, lo dejo de lado, porque sin ser totalmente original, si que crearon escuela. Finalmente, se centraron en los zombies. En estas que el verdadero Pope Zombie por excelencia, George A. Romero, estrena su estupenda ZOMBI (DAWN OF THE DEAD), en comandita con el genial Dario Argento, y la cosa, coproducción italiana, tiene gran éxito. Fulci, que hasta entonces se dedicaba a imitar al propio Argento rodando giallos de segunda, ve la luz: esto es un filón. Ni corto ni perezoso se saca de la manga en un tiempo record ZOMBI 2 (otro de los títulos por los que podeis encontrar esta película, amigos), supuesta secuela-precuela de la de Romero, y la cosa casi cuela. Sin tener nada que ver en términos de producción con la original, los inversores de Fulci ven que la peli canta y que nadie se lo va a tragar, así que le obligan a rodar prólogo y epílogo en Nueva York, por aquello de hacerla más norteamericana. Porque, a pesar del título que el tarado de turno le puso en español, lo del terror zombi en Nueva York nos lo tenemos que imaginar, ya que un 80% de la película transcurre en una isla del Caribe. Por supuesto, la mayor parte del equipo técnico y artístico (a excepción de Fulci) tienen sus nombres americanizados, y para su distribución en los EEUU la película se tituló ZOMBIE FLESH EATERS (y con este ya tenemos tres). A la postre, el pistoletazo de salida de toda una serie infumable de subproductos lamentables que tomaron a esta película como bandera, infestando los cines de finales de los 70 y comienzos de los 80 de sangrientos delirios gore sin la más mínima calidad ni personalidad y expandiendo el virus del spaghetti-zombie a medio mundo.
Entremos en materia: ¿de qué va esto? Va de un velero sin tripulación que aparece en la bahía de Nueva York. Un par de polis sacados de Starsky & Hutch (la serie) investigan, con tan mala fortuna que a uno de muerde un gordo putrefacto que se escondía en el camarote. Un periodista guapete (para los estándares de los 70, se entiende) investiga a su vez esta muerte, y de pronto aparece la hija del dueño del barco, que parece una novicia virgen, muy preocupada porque no tiene noticias de su padre, científico, desde hace años. No hay problema, periodista y mocita embarcan rumbo a la isla tropical donde se supone trabajaba el doctor, no sin antes enrolarse con una pareja de aventureros en su yate: él no tiene oficio conocido más allá de marcar paquete, ella se dedica a sacar fotos submarinas con un tanguita de hilo y un horrendo gorro de baño, con tan mala suerte que se topa con un tiburón, que, a pesar de los alaridos subacuáticos de ella, parece más interesado en frotarse la panza con los corales que en devorarla. Afortunadamente, un zombie que andaba por allí (por allí me refiero al fondo marino) la salva del aprieto, luchando ferozmente a mordiscos contra el tiburón, lucha desigual porque en varios planos se puede ver que el escualo no tiene dientes. Alarmados por la experiencia, los cuatro llegan a la isla y se empiezan a escuchar tambores. Allí conocen a un antiguo colaborador del doctor, otro científico con un misterioso problema capilar (su barba cambia de densidad dependiendo de la secuencia) que se encuentra muy agobiado: al pobre se le mueren todos los pacientes nativos por una extraña enfermedad, además con la mala costumbre de volver a levantarse de sus mortajas, con lo que se pasa la vida bebiendo whisky y pegando tiros en la cabeza de sus pacientes revividos. A todo esto, el científico tiene una mujer que vive sola y asustada en su pedazo de casa isleña. Ella tiene la sana costumbre de ducharse con todas las ventanas abiertas. Evidentemente, un zombie se la quiere zampar y lo consigue, no sin antes atravesarle el ojo con una astilla de madera. El grupo de Scooby Doo descubre el percal y huye en su 4x4, pero como es de rigor, el coche se estrella en medio de la selva tropical, en realidad el jardín botánico de Roma. El periodista tiene la mala idea de hacerse un esguince en medio de un viejo cementerio colonial, y claro, los cadáveres de los conquistadores con apellidos hispanos se levantan de su tumba (muy despacio) y atacan (muy despacio) a sus víctimas. A la del tanga se la cepillan a la primera de cambio, pero los otros tres huyen hasta refugiarse en la iglesia, donde les espera el doctor con una anti-explicación de los hechos: "He intentado aplicar todas las disciplinas: bacteriología, virología... e incluso radiología. Hemos hecho pruebas de epilepsia y catalepsia... ¡y todo ha sido en vano!" Nada más decir esto muere de una embolia, y los intrépidos llegan a la conclusión de que hay tanto vudú por metro cuadrado en la isla que esto no hay dios que lo pare, más que nada porque los tambores no han dejado de sonar desde que llegaron. Tras atrincherarse en la iglesia ante el acoso zombie, preparan unos cientos de cockteles molotov (aunque siempre tiran el mismo) y logran huir, pero ya sólo quedan dos: el periodista y la novicia. Ponen rumbo a Nueva York con el zombie del marcapaquete encerrado en la bodega del yate como prueba del horror, y en cuanto ponen la radio, sin molestarse en sintonizar, un locutor neoyorquino les informa de que la plaga zombie ya está asolando la ciudad. El último plano de la peli nos muestra a cuatro zombies caminando por el puente de Brooklyn en dirección a la ciudad, aunque a los habitantes no parece importarles mucho a juzgar por el tráfico que se vislumbra bajo el puente.
No es sólo que el delirium tremens argumental sea de órdago, es que además los diálogos basculan entre lo repetitivo y lo idiota, mientras los actores tratan de insuflar intensidad en vano. Ellas, sin excepción, se dedican al destete gratuíto y a quedarse paralizadas y chillar en cuanto perciben peligro. Fulci despliega su legendaria incapacidad para crear cualquier atisbo de suspense o in crescendo narrativo, y su obsesion por la casquería bruta en primer plano queda demostrada. Los recursos visuales setenteros campan a sus anchas durante todo el metraje (esos míticos zooms, esa música...). Sin embargo, y por increíble que parezca, la película tiene magia, ese algo intangible que hace que, a su manera, sea un pequeño clásico del cine de zombies. El italiano es capaz de teñir toda la película de una sordidez notable, un hálito nauseabundo más allá de sus carencias presupuestarias (lo que otros llaman caspa). Aquí los muertos se muestran como auténticos cadáveres en proceso de descomposición, y la parsimonia con la que Fulci planifica muchas escenas ayuda a subrayar esa desagradable sensación, una atmósfera malsana que casi se puede oler, perfectamente orquestada y coherente durante todo el metraje. Ojo, no es fácil hacer un cine "de atmósfera" dentro del terror, aunque esa atmósfera sea más bien pestilente. Además, secuencias como la del tiburón acaban convirtiéndose en algo casi onírico, fascinante por su aire bizarro digno del sueño de un demente. En conclusión, y todavía no sé bien por qué, la peli acaba funcionando a las mil maravillas: uno sabe que está viendo un bodrio, pero secuencia tras secuencia sigue pegado a la pantalla hasta los créditos finales, pues de un modo u otro, la película logra captar la atención. Misterios del Mondo Zombie.
NUEVA YORK BAJO EL TERROR DE LOS ZOMBIES fue la primera incursión en el género de Lucio Fulci, a la que se sumarían dos más, MIEDO EN LA CIUDAD DE LOS MUERTOS VIVIENTES y la deleznable ZOMBIE 3, que ni siquiera terminó de rodar. Desde entonces siempre se mantuvo fiel a las coordenadas del terror salvaje, rodando además la que yo considero su obra maestra, EL MÁS ALLÁ, un incomprensible thriller sobrenatural en el que potencia sus virtudes al máximo hasta llegar casi a la abstracción pura, al puro despliegue estético, en la que no se entiende nada del argumento pero que te mantiene hipnotizado y boquiabierto como una vaca mirando el tráfico. Eso que llaman "estilo personal". Lucio Fulci murió medio arruinado en 1996 víctima de una diabetes mal tratada (algunos hablan de suicidio), y como siempre, fue tras su desaparición cuando algunos pesos pesados del cine mundial empezaron a reivindicarle, en especial el idolatrado Quentin Tarantino, que en 1998 logró reestrenar EL MÁS ALLÁ en los USA con copia restaurada y todos los honores. Incluso el bueno de Robert Rodriguez le hizo un explícito homenaje-plagio a la escena de la "astilla en el ojo" en la maravillosa PLANET TERROR, estacazo que se lleva, por supuesto, el bueno de Tarantino en sus carnes. Lo dicho: a su manera un clásico que se merece su irrupción en la sección De Culto de Sesión Golfa, como una mosca muerta en un pastel de crema.
- Lo mejor: el despliegue en todo su esplendor del "estilo Fulci"
- Lo peor: todo lo demás
CABEZAS
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4 vituperios:
Em, con todas tus reservas, que creo que me he dejado llevar un poco por el entusiasmo en las puntuación, jejeje...
bueno, de todas maneras lo buscaremos por curiosidad
Si la veo me decepciona seguro, porque me he partido el pecho con tu post...
Fulci es cine es estado puro; son peliculas con una atmosfera tan inmersiva que se les perdonan todos sus fallos formales.
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