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THE HORSEMAN / Australia / 2008
Vamos a ponermos serios ahora, porque la ocasión lo requiere. Recupero la producción australiana de 2008 THE HORSEMAN, ópera prima de Steven Kastrissios que desde que la vi la tengo clavada en las meninges. Dentro de los millones de subgéneros del cine de terror, tenemos uno que nació en los setenta y que el personal ha dado en llamar "rape & revenge", nomenclatura bastante explícita que se basa en: 1. Chica/s joven/es (habitualmente adolescente) es violada/torturada, casi siempre con resultado de muerte; 2. Familiar de la chica (su padre o su hermano mayor, normalmente) se venga de los asesinos con verdadera saña, lo que desemboca en un baño de sangre. Oficialmente, el género nace con LA ÚLTIMA CASA A LA IZQUIERDA de Wes Craven, una infame baratija de atroz violencia y nula calidad cinematográfica que, curiosamente, muchos reivindican ahora, pero hay precedentes más lejanos, como EL MANANTIAL DE LA DONCELLA de Ingmar Bergman, o posteriores muestras colaterales, como HARDCORE de Paul Schrader. El caso es que semejante subgénero apuesta por una "pornografía de la violencia" injustificada, manoseando además discutibles argumentos éticos para el tremendo despliegue de odio. Personalmente, son películas que, salvo los ejemplos citados, no me interesan lo más mínimo, por lo que me enfrenté a THE HORSEMAN con reparos: me encanta equivocarme. La jugada de Kastrissios es sólida y sorpresiva, sabiendo además que firma el guión y edita la película. El tipo opta por un enfoque hiperrealista del tema en el fondo y en la forma, comenzando por el protagonista, ese padre herido con el alma mutilada, que precisamente por su precisa construcción dramática y acertada evolución resulta un ser humano, no un pelele ultraviolento con un hacha. Por lo tanto, es imposible no empatizar con este hombre corriente destrozado por el dolor, dejando las posibles implicaciones éticas de sus actos (e incluso morales/religiosas, si uno se atiene al título y al nombre, Christian) para las cañas posteriores a la peli, porque THE HORSEMAN no se ve, se devora de principio a fin. Pero de nada serviría un personaje tan bien escrito si detrás no hay un actor que le aporte carne y huesos, sentimiento y sentido. Peter Marshall, intérprete de dilatada carrera en la TV australiana, obra el milagro con su primer protagonista: no creo exagerar si digo que su extraordinario, repito, extraordinario trabajo es uno de los más intensos, deslumbrantes y emocionantes que he visto en mucho tiempo, sin recurrir a alardes innecesarios, utilizando cada fibra de su rostro para hacernos sentir su experiencia. Imaginad a uno de los personajes masculinos habituales de los dramas proletarios y suburbiales de Ken Loach en una peli de género, por ahí van los tiros. Además, la construcción de la historia es sumamente inteligente: comienza con un (literal) hostiazo en los morros, y de ahí para arriba, con un ritmazo acojonante, que juega muy bien la baza de la violencia real, seca y contundente, dolorosa, pero sin regodearse en ella, tanto que la película se salta el punto 1 y nunca vemos la desgraciada muerte de la hija, que además contiene la suficiente ambigüedad como para hacerse preguntas. Como contrapunto, una subtrama de redención personal perfectamente hilada en la figura de una muchacha embarazada, pero que nadie se asuste: no se trata de una ñoñería, es otro trozo de vida herida al que Christian se agarra para evitar su total naufragio personal. Lamentablemente, no todo en esta película es perfecto: la idea de esta redención, que podría haber concluído en determinada carretera desierta, se estira en un último acto que me chirría y me molesta, seguramente los únicos minutos en los que la película cae en el cliché del género, zambulléndose en todo aquello que había evitado, con subrayados innecesarios y, ahora sí, una explosión de violencia demasiado gratuíta y fácil. Este bache narrativo impide que le coloque el sobresaliente a este duro, áspero e intenso drama humano, de visonado obligatorio para cualquier amante del séptimo arte y las emociones fuertes. Muy buena.
- Lo mejor: la construcción del protagonista, su evolución vital, y la sobresaliente interpretación de Peter Marshall
- Lo peor: el último acto, demasiado facilón y verbenero
CABEZAS
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