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GRAVITY / EEUU / 2013
Dirección: Alfonso Cuarón
Guion:Alfonso Cuarón y Jonás Cuarón
Producción: Alfonso Cuarón y David Heyman
Música: Steven Price
Fotografía: Emmanuel Lubezki
Montaje: Mark Sanger y Alfonso Cuarón
Diseño de producción: Andy Nicholson
Vestuario: Jany Temime
Interpretación: Sandra Bullock (Dra. Ryan Stone), George Clooney (Matt Kowalsky)

Las hordas que nos dedicamos a escribir sobre cine y películas muchas veces somos aburridos y ordinarios. La razón es que, a poco que lo pienses, se estrenan pocas películas que se salgan de la norma habitual de destacar esa u aquella secuencia, alabar o vituperar a los actores, desplegar nuestros conocimientos cinéfagos (que solemos ser un punto egomaníacos) y defender o atacar al director de turno, a veces como un auténtico troglodita. Así ocurre con un alto porcentaje de lo que devoran nuestras retinas, y así lo tratamos de transcribir en palabras. Pero de vez en cuando ocurre una anomalía dentro del sistema, amigos. Las manidas herramientas de análisis no sirven para mucho. Las palabras escasean. La película se convierte en experiencia. La prueba de algo, literalmente, extraordinario. La anomalía de 2012 fue HOLY MOTORS. La de 2013 se titula GRAVITY.


La esperada obra de Alfonso Cuarón, tras cuatro años de gestación y parto es una experiencia eminentemente sensitiva. Un film hipercomplejo en su forma pero de una sencillez expositiva transparente. La utilización de la tecnología para transmitir una emoción abstracta, difícil de nombrar por tanto. Y, hasta la fecha, el uso más absolutamente inmersivo y narrativo de la estereoscopía, esa palabra tan fea. El 3D nació para esto. GRAVITY hay que experimentarla en pantalla grande (y por supuesto en 3D), sólo en esas condiciones la película cobra sentido pleno porque así fue pensada desde su origen. Cualquier otra forma de verla la mutilaría. Cuarón nos introduce en la experiencia administrándonos a la vez un sedante suave y un poquito de mescalina: esa es la sensación que te invade durante los 15 minutos de plano secuencia con el que arranca la película. ¡15 minutos!. Lo que vemos en pantalla es una danza en gravedad cero. Vértigo. Ingravidez. Belleza. Los objetos y personajes flotan en la pantalla en una suave coreografía. La acción es mínima: dos astronautas aprietan tornillos mientras otro vuela a su alrededor, pero nosotros ya flotamos con ellos. Ya estamos dentro de la experiencia de GRAVITY. Cuarón juega sabiamente con algunos planos subjetivos incluso desde dentro de la escafandra de Sandra Bullock, fijando aún más la identificación sensorial. Estamos mirando la pantalla como hace mucho tiempo que no mirábamos.


Una vez que el artefacto del cineasta mexicano ha llegado lentamente a su punto más alto el cubilete se despeña cuesta abajo en el primer loop de esta montaña rusa. Alfonso Cuarón nos mete otro chute, ahora de adrenalina. La pantalla, la cámara y la mirada se vuelve más violenta y nos internamos las negras aguas de un terror primordial, arquetípico: el de estar ahí fuera y no ser nada. El de una existencia que, como el sentido de la orientación, ha perdido sus puntos cardinales. Soledad. Aislamiento. Vacío. Muerte. Las grandes obras se justifican por sí solas más allá de nimiedades ni zarandajas sin importancia. Aunque esta película se haya vendido como el no va más de los efectos especiales, los efectos se hacen invisibles, no importan. Su esquemático guión (tan sencillo como sólido y brillante, por otra parte) y si Sandra Bullock era la elección correcta pasan a segundo plano. GRAVITY sube y baja, regala tensión y angustia pero también secuencias de intensa lírica de una belleza estética que quita el aliento, como el breve momento de relajación de la doctora Ryan cuando se quita el traje dentro de la estación espacial rusa y descansa (duerme, flota) en posición fetal frente a una escotilla cerrada. La música, extrañamente abisal y disonante, no entorpece: suma. A pesar de los instantes de acción (o gracias a), GRAVITY no pierde jamás el rumbo siguiendo la única referencia válida: la Tierra, nuestro maldito y único hogar. Todos los esfuerzos de la doctora Ryan se concentran en regresar como un impulso animal, su odisea particular y sus doce pruebas la llevan inexorablemente allí donde se originó la vida.


Durante el trayecto y a punto de haber perdido todo contacto con lo que nos define como humanos, en la más absoluta negrura, la heroína va recuperando paulatinamente sus vínculos emocionales: una voz lejana en un transmisor, la gestión de los recuerdos, el llanto de un bebé, sus propias lágrimas. Sandra Bullock, pese a todo lo que se ha dicho, sí es la elección correcta, está espléndida en un papel complicadísimo. Con evidente esfuerzo ella es capaz de dar carne y emoción al homo sapiens, tan diminuto, frágil, ridículo y abandonado en un universo frío e indiferente, reconquista su verdadera esencia a base de esfuerzo y sudor, enfrentando el vacío, imaginando lo imposible y resultando victoriosa. Como la primera criatura que salió de una charca primigenia en los albores de la vida, la doctora Ryan emerge (con mucho esfuerzo, sí) de las aguas para palpar la tierra y sentir la gravedad en su cuerpo, levantarse sobre sus piernas con orgullo, mirar al horizonte y, por vez primera en toda la película, sonreír. La pantalla tridimensional nos ha regalado una experiencia cinematográfica plena y rebosante de humanidad, en el sentido más grande y menos baboso de la palabra. Gracias Cuarón por este futuro clásico. Obra maestra.

PD: la prueba de hasta qué punto la moda del 3D indiscriminado es una falacia para vender más caro fue el trailer de THOR 2 justo antes de GRAVITY. La diferencia duele a los ojos.


- Lo mejor: esa sensación tan indescriptible de volver a descubrir el cine 

- Lo peor: nada

  CABEZAS


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