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THE LORD OF THE RINGS
Nueva Zelanda-EEUU/2001-2002-2003

- Dirección: Peter Jackson
- Producción: Peter Jackson, Barrie M. Osborne, Tim Sanders, Frances Walsh
- Guión: Peter Jackson, Frances Walsh, Phillipa Boyens, Stephen Sinclair, basado en el libro de J. R. R. Tolkien
- Música: Howard Shore
- Fotografía: Andrew Lesnie
- Montaje: John Gilbert, D. Michael Horton, Jamie Selkirk
- Efectos Especiales: Richard Taylor para Weta Digital y Weta Workshop
- Diseño de Producción: Grant Major, Alan Lee, John Howe
- Vestuario: Ngila Dickson, Richard Taylor
- Intérpretes: Elijah Wood, Ian Mc Kellen, Viggo Mortensen, Liv Tyler, Sean Astin, Cate Blanchett, John Rhys-Davis, Billy Boyd, Dominic Monaghan, Orlando Bloom, Hugo Weaving, Sean Bean, Ian Holm, Christopher Lee, Andy Serkis, Miranda Otto, Brad Dourif, Karl Urban, Bernard Hill, David Wenham, John Noble


Ayer se estrenó EL HOBBIT: UN VIAJE INESPERADO, el regreso por todo lo alto de Peter Jackson al universo de Tolkien tras un turbulento desarrollo en la producción y el abandono de Guillermo del Toro, resulta interesante echar la vista atrás y recapitular sobre la trilogía original, a diez años vista ya del estreno de su primer fragmento: LA COMUNIDAD DEL ANILLO. Y quiero hablar de la trilogía al completo porque no tiene sentido considerar tres películas: EL SEÑOR DE LOS ANILLOS es una monumental pieza indivisible en sí misma, una titánica obra que, en su versión extendida, alcanza las 11 horas de metraje, lo que la convierte, de facto, en el film en lengua inglesa más largo de la historia del cine, seguido muy de lejos por el HAMLET de Kenneth Brannagh, que superaba las 4 horas. Y es una sola película, no tres, porque vista del tirón (o en sucesivas noches, como el homenaje que me acabo de pegar entre render y render) no hay manera alguna de distinguir una de otra: su perfecta coherencia en fondo y forma la configuran como un sólo relato estrenado en tres entregas, exactamente igual que la célebre novela de Tolkien. Así pues, bienvenidos a la Tierra Media, pequeños hobbits.


A pesar de no haber inventado nada, Tolkien seguramente sea el escritor más imitado del s.XX. Su vasta cosmogonía aglutina y bebe tanto de los clásicos grecorromanos (con LA ODISEA al frente) como de la tradición folclórica celta, nórdica y, en especial, los cantares de gesta medievales y el ciclo de mitos artúricos. Una fascinante argamasa que, aunque tampoco lo inventó, sí que puso de moda en todo el planeta eso que han llamado "fantasía heroica" o "espada y brujería". En fin, considero que EL SEÑOR DE LOS ANILLOS es una de las magnas obras literarias del siglo pasado, mamotreto de más de mil páginas que, como todo clásico, nunca deja de tener vigencia en los temas que subyacen debajo de todo ese cacao épico poblado por hobbits, elfos, humanos, enanos, orcos, magos, trolls y demás criaturas sublimes o malolientes. El poder inevitablemente engendra corrupción, y la corrupción degrada al poderoso y a todo aquel que le rodea. Así que una simple obra de evasión y fantasía para adolescentes, un librito de escape nada más, ¿no?...


Por supuesto, desde el mismo momento de la publicación de EL RETORNO DEL REY, Hollywood acechaba. Se rumorea que los Beatles (!) fueron los que más cerca estuvieron de materializar una adaptación, en una combinación letal de flipe por la novela y por los psicotrópicos, proyecto en el que, atención, Paul sería Frodo, Ringo se pedía a Sam, George vestiría la batamanta de Gandalf y John haría de... Gollum (!!!). Se dice que incluso contactaron con Kubrick, que dio carpetazo al asunto con un tajante: "Esa novela es inadaptable". El siguiente intento serio (o el primer intento serio, más bien) llegó a comienzos los 70 de mano de John Boorman, que quería una visión oscura y muy realista (¿?) del asunto. Una vez más, problemas presupuestarios y logísticos dieron al traste con el asunto, aunque mucho del trabajo de documentación de Boorman se aprecia en EXCALIBUR, su obra maestra. A finales de la década, al fin, se estrena la primera adaptación (animada) a las órdenes del siempre infravalorado Ralph Bakshi, una tan interesante como frustrante adaptación de las dos primeras novelas que se saldó con un descalabro en taquilla, lo que impidió que el tercer libro llegase a las pantallas, un coitus-interruptus que, no obstante, Peter Jackson siempre ha reivindicado por activa y por pasiva. Durante más de dos décadas, el interés de los estudios por levantar la trilogía fue más bien tibio, aunque siempre estuvo ahí. No fue hasta el estreno de CRIATURAS CELESTIALES a mediados de los 90, cuando a Jackson le preguntaron cual sería su próximo proyecto, a lo que respondió sin despeinarse: EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. Obviamente, todos en Hollywood tomaron por tarado al orondo cineasta neocelandés al que no conocía ni el Tato fuera del mundillo gore y el circuito festivalero.

La olvidada versión de Bakshi

El proceso de gestación y desarrollo del insensato proyecto de Peter Jackson es tan titánico, fascinante e inabarcable como la película en sí, fielmente documentado en los magníficos documentales que incluyen las versiones extendidas en DVD y Bluray. Antes de entrar en materia, hay que puntualizar un par de detalles: EL SEÑOR DE LOS ANILLOS no es una película norteamericana, sino 100% neocelandesa, completamente al margen del sistema de estudios yanqui y rodada íntegramente en Nueva Zelanda con un 80% del equipo técnico natural de aquellas tierras. O, dicho de otro modo, es una película independiente levantada por un pequeño estudio propio (Wignut Films), cuya empresa asociada de efectos especiales, Weta, se escindió en dos Weta Digital y Weta Workshop para poder afrontar con garantías el proyecto. De hecho, la mayor parte del equipo de Jackson eran habituales en su filmografía, y se dice que reclutó a la mayor parte de estudiantes de cine de la isla para todos los apartados técnicos de la película, creando casi desde cero una industria inexistente. Curiosamente, la entonces escuálida Film Comission neocelandesa, que se llevó las manos a la cabeza por todos y cada uno de los estrenos previos del gamberro y cafre Jackson, se volcó en dar facilidades al proyecto. Se nombró un cargo administrativo temporal para la gestión, coordinación y logística de tan descomunal rodaje (un "Ministro del Señor de los Anillos", je) y se calcula que el PIB de Nueva Zelanda se ha incrementado cerca de un 15% desde entonces sólo por los ingresos generados por estos rodajes. Por otra parte, y al contrario de lo que pueda parecer, la trilogía está lejos de ser tan cara como aparenta: 250 millones de dólares no parece una cantidad muy desorbitada para una película de fantasía épica de 11 horas y con algunas de las imágenes más espectaculares e impresionantes que hasta entonces se habían visto en una pantalla de cine. La próxima entrega de IRON MAN, por poner sólo un ejemplo, tiene un presupuesto similar. Por supuesto, todo el mundo vaticinaba un soberano batacazo, máxime cuando las "tres" películas se rodaron a la vez, en una jugada con escasos precedentes que daba muestras, por si no había quedado claro, que Jackson y su equipo sabían muy bien qué se traían entre manos. Pero todas las bocas se cerraron, o más bien se abrieron en una mueca de asombro cuando el primer trailer vio la luz...


No tengo la menor duda: EL SEÑOR DE LOS ANILLOS es cine de autor, y aún más, un sueño cumplido, tras seis años de duro trabajo, realizado con un cariño, un mimo y un talento imposible de ver en cualquier blockbuster al uso. Casi dos años de desarrollo de guión, seguramente la tarea más jodida de todo el proceso, tratando de cuadrar y hacer justicia a esas más de mil páginas de novela, decenas de personajes determinantes en el relato y narraciones paralelas por doquier según avanza la historia con sus correspondientes subtramas que configuran una cosmogonía con sus propias reglas, culturas, idiomas, lineas temporales e intrahistoria. Un desafío, ante todo, para el que acudiría a la sala sin tener ni repajolera idea de quién era ese Tolkien. Aunque algunos fans se indignaron con ciertas licencias del guión, que nunca entenderán qué significa una adaptación y no una traslación (que si Tom Bombadil no aparece, que si se cambiaron algunas escenas de lugar, que si, ¡oh blasfemia! los elfos no pueden ser morenos...), no hay otra manera de definir el libreto que modélico. Aunque, efectivamente, en esas 11 horas se cuelan algunos momentos forzados, que no tienen nada que ver con la falta de literalidad con la novela sino con desajustes de algunas de las cientos de piezas del puzzle (el súbito enamoramiento entre Eowyn y Faramir es poco menos que ridículo, los diversos deux ex machina que ya existían en el libro siguen sin pulirse, como las tan convenientes apariciones de las águilas gigantes, y los tres sucesivos finales de la historia quizás sean algo excesivos), todo lo demás es sencillamente un asombroso ensamblaje, un mecanismo de relojería que sólo puede calificarse de portentoso. Y no sólo eso: me atrevo a decir que la ya de por sí señorial prosa de Tolkien alcanza por momentos en la película cotas realmente shakespearianas, de una belleza estremecedora, que elevan el poder de las palabras y la interpretación de los actores a cotas poco vistas en un presumible taquillazo. Pienso en la trágica muerte de Boromir, en las reflexiones de Gandalf en Moria acerca del valor de la existencia misma, o en todo lo que rodea a Lengua de Serpiente (extraordinario Brad Dourif, como siempre) y su pérfida manipulación en el palacio de Rohan. Es un guión tan bueno que resulta muy difícil, aun en los momentos más intrascendentes o relajados, encontrar un diálogo, monólogo o situación que esté vacía de contenido o, lo que es peor (y que cada vez me resulta más común en el cine mainstream), resulte pretenciosa o ridícula. Todo tiene un sentido, amigos, en muchas ocasiones coronado por un uso de las palabras que es pura hermosura. Un lujo.


Todo relato de aventuras es el relato de un viaje, exterior e interior, en el que sus personajes nunca son al final lo que eran al comienzo. EL SEÑOR DE LOS ANILLOS, en su vertiente fantástica, quizás sea una de las narraciones que mejor han sublimado este maravilloso concepto. Demasiadas veces en el cine postmoderno usamos tal epíteto a la ligera, cuando su ensamblaje, mayormente, no es más que un bombardeo inmisericorde de imágenes lanzadas a la velocidad de la luz que se limitan a saturar los sentidos y muy poco el intelecto, o la emoción, tanto da. Cinéfago empedernido como siempre lo ha sido, Peter Jackson destila amor por el cine por cada poro, en cada secuencia, en cada plano. Cierto, es muy fácil sentirse simplemente abrumado por las increíbles imágenes de esta película, pero recomiendo al menos interesado pegarle un segundo visionado una vez superado el subidón de adrenalina. Entonces descubrimos el perfecto ritmo narrativo de la historia, su sensual alternancia de momentos absolutamente impresionantes por su magnitud e intensidad (el pasaje en Moria y las batallas del Abismo de Helm y Minas Tirith, que puntean respectivamente las tres entregas) con otros cotidianos e íntimos, calmados, que apelan directamente a la belleza de los sentidos y a la sensibilidad tan frágil, tan humana. Mucho se ha comentado del maniqueísmo de los personajes, pero no puedo estar de acuerdo, puesto que constantemente entra  en juego cierta duplicidad de significado, los opuestos enfrentados, incluso una inquietante ambigüedad: los frecuentes diálogos de Gollum consigo mismo son los más evidentes, puro dolor existencial de un mismo ser escindido (Gollum VS Smeagol, en especial aquella secuencia de EL RETORNO DEL REY en que, partiendo de un sólo plano, de un monólogo interior, con un sutil movimiento de cámara se transforma con limpieza en un diálogo plano-contraplano: magistral sr. Jackson); la estancia en los dominios de Galadriel, que consigue aunar en una misma secuencia placidez sobrenatural y un pavoroso peligro inminente (la angelical reina elfa, en el fondo, da bastante miedo); las dudas permanentes en la mirada de Aragorn, rehacio a cumplir el papel para el que ha nacido y del que huye, tratando de anular su verdadera esencia (Trancos VS Aragorn); la sutil alternancia de Gandalf entre la sabiduría mística y ciertos destellos de poder desbocado, magnificado con su misteriosa resurrección, quizás el pasaje más enigmático de toda la obra, que de hecho transforma al propio personaje (Gandalf el Gris VS Gandalf el Blanco); el remordimiento y dolor de Theoden tras liberarse de su hechizo (tras ser literalmente expulsado de su estado vital anterior) al ver a su primogénito muerto (una vez más, una secuencia hermosamente shakespeariana, con esas flores blancas brotando de las tumbas de sus antepasados); la progresiva degradación de Frodo, que ya ha visto "el otro lado" y, como un yonqui del anillo (labios agrietados incluidos), conoce y saborea su nueva fuente de poder a través de un viaje que, a pesar de su ambiguo final feliz, nunca tuvo retorno; el pérfido Saruman, trepa, ambicioso y carroñero, que antaño fue un mago sabio y bondadoso; la misión suicida del último bastión de defensa de regreso a Osgiliath, narrada en un hermoso montaje paralelo en la que mientras Pippin entona una triste balada y los caballeros marchan a una muerte segura el senescal Denethor disfruta de un lascivo banquete, masacre que Jackson, con cierto pudor y respeto, nos ahorra mediante una brillante elipsis... y un largo, largo etcétera. Toda la película está plagada de juegos con los "dobles", especialmente, como digo, en los remansos de tranquilidad, que en realidad casi nunca lo son, sólo lo parecen. Las épicas batallas, tan espectaculares ellas, también se libran dentro de casi todos los personajes, constantemente, que con frecuencia se observan a sí mismos reflejados (en la fuente de Galadriel, en un charco, en las ciénagas, a través del Palantir...). Lo que proyectamos como individuos, nuestra imagen, el espejo deformante nos lo devuelve con crueldad. No es casual que la representación de Sauron sea... un ojo, omnipotente y omnipresente.


Y esto, todo esto, es puro cine amigos. Cine que mira a los clásicos con devoción y respeto, que bebe a paladas de (y aquí los puretas me apedrean) LAWRENCE DE ARABIA o EL HOMBRE QUE PUDO REINAR, pero que exprime la tecnología al máximo (siempre al servicio de, no como fin en sí misma) y demuestra hasta dónde se puede llegar. Porque creo que EL SEÑOR DE LOS ANILLOS es la película que rompió para siempre la gran barrera, el último muro de contención narrativa: desde entonces, si puedes imaginarlo, ya SÍ puedes rodarlo. Prescindiendo de miles de ejemplos de la elaboradísima técnica mixta de efectos especiales de la gente de Weta (se usaron maquetas, prótesis de latex, sofware de última generación, decorados a escala real, infografía, mattes, cromas y también efectos visuales tan básicos como la perspectiva forzada, cuyo origen se remonta a Melies, a veces todo en un mismo plano), yo me quedo con uno sólo: Gollum, la demostración de que, a la hora de la verdad, la técnica nos la sopla a todos y lo que importa es el resultado, la emoción. Gollum es una criatura infográfica y es tan real y relevante como cualquier otro de los personajes que pululan por la pantalla. Su origen binario se olvida al instante. Porque Gollum derriba la última frontera y aún es, a día de hoy, cuando ya estamos saturados de tanta cosa digital, una creación perfecta, insuperable, una obra de arte en sí misma, un milagro. Como asombroso es el casting al completo, sin grandes estrellas y buscando cierto poso teatral en sus intérpretes, ajustados cada uno de ellos a sus papeles como un guantelete de acero, entre los que destacan los más veteranos de la función, todos con larga trayectoria encima de las tabas y, ¡oh sorpresa!, con mucho Shakespeare a sus espaldas. Chistopher Lee, imponente (éste sí que es "la voz"), Ian Holm con su conmovedor Bilbo Bolsón, Bernard Hill detrás de un magnífico Theoden; el inmenso John Noble y su desequilibrado Denethor y, sobre todo, un Ian McKellen que nos regala al mejor Gandalf posible, matizado, siempre sutil, controlando cada mirada y cada gesto con esa maestría que sólo dominan los más grandes. Observad sus ojos. Un espectáculo. Hasta la pavisosa Liv Tyler es capaz de emocionar con la fragilidad etérea de Arwen.


EL SEÑOR DE LOS ANILLOS es un hito en la historia del cine, por muchas razones. Han pasado más de diez años ya, y en estos momentos convulsos, cuando la fecha de caducidad de las grandes producciones cada vez es más estrecha, la épica, enorme película de Peter Jackson ya ha pasado la prueba del tiempo. A diez años vista, esta película no es susceptible de remakes, ni lo será, pues roza la perfección, sigue vigente y en el podium de la fantasía heroica, imitada hasta la saciedad por epopeyas como 300 o IMMORTALS, incluso por otras mediocridades como TROYA o BLANCA NIEVES: LA LEYENDA DEL CAZADOR.  Aunque no puedo negar que echo de menos al Jackson más soez y gamberro, y sonrío cada vez que le oigo hablar de una hipotética secuela de MAL GUSTO, su legado para la cultura popular es y siempre será EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. Sus inmortales imágenes siempre irán ya ligadas a la novela original, como una sola entidad. Como Gollum y su anillo. Como Rajoy y sus mentiras. Como ese anillo demoníaco que siempre veo cuando miro la bandera de la Unión Europea. Un clásico del cine lleno de cine, con todas las letras. Eterna y universal. Única.


- Lo mejor: las inalcanzables cotas de excelencia que mantiene a todos los niveles, técnicos y artísticos, su  magnética capacidad de conmover la mente y el corazón y de dejar imágenes imborrables, su respeto hacia la obra original, el cariño, pasión  y dedicación que desprende... prácticamente todo

- Lo peor: pequeños desajustes y arritmias sin importancia que nunca logran empañar una película de esta categoría

  
  CABEZAS




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