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CLOVERFIELD / EE.UU. / 2007

- Dirección: Matt Reeves
- Producción: J.J. Abrahams, Bryan Burk
- Guión: Drew Goddard
- Fotografía: Michael Bonvillain
- Intérpretes: Michael Stahl-David, Mike Vogel, Jessica Lucas, Lizzy Caplan, Odette Yustman

La estrategia ya es vieja, pero ha vuelto a funcionar con la precisión de un reloj suizo: proyecto misterioso, rodaje ultrasecreto e infección vírica a través de una agresiva campaña de marketing vía Internet con avalancha de imágenes, rumores, contenidos, webs misteriosas con rompezabezas que ocultan datos falsos, trailers inventados y mucha, mucha morralla informativa destinada a crear confusión y, sobre todo, espectación. El personal entra a saco, y se lleva la palma aquel tipo que expandió su desopilante teoría sobre la película, y que algunas revistas publicaron como cierta: el misterioso monstruo es un león robótico-transformer venido de otra dimensión con una mala uva acumulada de 3.000 años con la intención de esclavizar a la humanidad para crear híbridos biomecánicos (todo esto porque el tipo intuyó que en el trailer uno de los actores grita a los cuatro vientos: "It´s a lion!" cuando lo que dice realmente es "It´s alive!"). Tanto mareo para ocultar la cruda realidad: por mucho que nos cuenten otra vaina, CLOVERFIELD no es más que un hábil ejercicio remakeador de GODZILLA que utiliza vilmente la excusa del monstruo para otra gran catarsis colectiva, ni más ni menos.




Algunos (falsos) diseños del monstruo

¿De verdad merecía la pena volver otra vez al viejo monstruo gigante? ¿Ofrece CLOVERFIELD algo nuevo que no hayamos visto ya mil veces en los KING KONG, las gargantuescas kaiju japonesas (con su estrella GOJIRA a la cabeza), la horrible GODZILLA versión USA o incluso en la reciente y magnífica THE HOST? Pues sí amigos, sólo y exclusivamente una cosa: el novedoso punto de vista, literalmente. Con la habilidad que caracteriza a los grandes productores yanquis, el bueno de J. J. Abrahams (cerebrito tras la archifamosa serie LOST, de la que no he visto ni un episodio) diseña y perpetra un producto que combina con inteligencia lo trillado y masticado con las "nuevas texturas" de la imagen actual para dar la (falsa) sensación de estar viendo algo novedoso. La idea es simple, brillante: alejarse lo más posible de los tópicos visuales y argumentales del género para narrar la misma historia, pero a pie de calle; fuera los típicos militares bravucones, los científicos genialoides con rocabolescas teorías, los héroes sudorosos de una pieza y los villanos dementes con poco cerebro; para ser consecuente, con ello fuera también las lujosas panorámicas aéreas que nos muestran la ciudad destruída, los dramáticos planos cenitales con grúa mientras un personaje agoniza y los travellings vertiginosos paralelos a la persecución por la 5ª Avenida. Ya puestos, fuera el bicho también, al que conoceremos a retazos y sólo veremos en toda su gloria en los minutos finales, y eliminada queda cualquier tipo de explicación sobre su origen (aunque algo hay si se está muy atento a los ingeniosos flashbacks grabados en la memoria de la cámara). Al carajo con la música ambiental y los chundachunda que subrayan los momentos cañeros. Sustituyendo a cualquier clon de Bruce Willis, un grupete de actores desconocidos, jovenzuelos JASP grabando una aburrida fiesta de despedida con su videocámara, trufado con sus (supuestos) conflictos, deseos y aspiraciones, su (supuesta) vida cotidiana al fin y al cabo, que se ve de pronto sacudida por el elemento destructor. Y en lugar de un grandioso formato en Panavisión 16:9, una hábil imitación de cualquier cámara digital doméstica, con sus tembleques, ráfagas, desenfoques, temblores, sobreexposiciones y anti-encuadres. Así, CLOVERFIELD entra de pleno en la experimentación con los nuevos formatos audiovisuales sin importar el género, a la estela de cosas como el REDACTED de Brian de Palma, a un millón de años luz del apabullante INLAND EMPIRE de David Lynch (la mejor película de 2007, sin discusión) y muy cerca de nuestro estupendo [REC], de Jaume Balagueró y Plaza. Tal y como está el panorama, con el tiempo y unas cañas veremos pelis de robos rodadas con cámaras de seguridad, comedias adolescentes a través de móviles o dramas indies grabados con webcams, palabrita de Sesión Golfa.



Algunas mentiras oficiales sobre la película

Sin ser ni mucho menos revolucionaria sino una perfecta maniobra comercial, CLOVERFIELD funciona bien engrasada en casi todos sus aspectos, y los ajustados 85 minutos de metraje se disfrutan intensamente y se pasan en un suspiro. El interesante punto de vista "una hormiga mirando a un elefante" exprime todo lo posible lo reducido de su propia condición, siempre que uno sea capaz de aceptar sin problemas a un tipo que nunca deja de grabar, por peligrosa, terrorífica o directamente absurda que sea la situación, pero esa es la única premisa de este juego, amigos. Si no te gusta, corre a ver la última de Isabe Coixet. Incluso el tal Matt Reeves (director) se permite algunos jugueteos metalingüisticos con la propia esencia del docudrama casero, y consigue colar con inteligencia dentro de la (raquítica) trama algunos planos que, a priori, serían imposibles dentro del planteamiento de la película: insertar espectáculo imitando a los clásicos del género desde una perspectiva, lógicamente, hiperrealista. Que queremos ese ansiado plano aéreo para ver bien al bicho y sus andares: subamos a los personajes a un helicóptero. Que hay que mostrar en toda su gloria alguna explosión en medio de la Gran Manzana: todos a correr a la azotea. Preocupante la tendencia masoquista de disfrutar viendo arrasada Nueva York una y otra vez, por cierto (KING KONG, CAZAFANTASMAS, GODZILLA, SOY LEYENDA, CLOVERFIELD...), pero justamente eso también parece ser una de las esencias de esta curiosa película.


"Está vivo, te lo juro por la cobertura de mi móvil": un JASP en apuros

En resumidas cuentas, CLOVERFIELD no deja de ser un divertimento muy bien cocinado, entretenidísimo, con ese aire postmoderno e hiperrealista que dan sus falsas imágenes caseras y que apuesta a una sola jugada: recrear en el subconsciente colectivo el terror anónimo y abstracto que los ciudadanos estadounidenses tienen clavado en el cerebro desde el 11-S, aterrorizar recreando esas imágenes que todos recordamos. Lo demás, personajes vacíos cuando tratan de ser profundos, tíos y tías buenas soltando diálogos de teleserie, esa gran historia de amor cogida con pinzas e incluso el mismísimo bicho mutante (o lo que coño sea), no es más que humo en este inteligente acto de redención colectiva a lo bestia. Ya se lo preguntaba Umberto Eco hace años: ¿apocalípticos o integrados?... Los norteamericanos lo tienen bien claro y asumido, desde luego.


- Lo mejor: su, en ocasiones, tremenda potencia visual
- Lo peor: los personajes son peleles, la trama un simple esquema

CABEZAS

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